DICIEMBRE  2002   PORTADA    

Qué árbol
plantar

Si bien cualquier árbol de copa cónica puede ser adornado, las especies más empleadas en nuestra región son sólo tres, aunque en zonas más frías el listado puede ser más amplio.
Estas son la Picea pungens glauca "Koster", Picea abies (Picca excelsa) y Cedrus deodara, las dos primeras comúnmente conocidas como abetos y la última como cedro del Himalaya.
Las luces que se emplean para adornar al árbol durante las fiestas son la causa principal de su deterioro. El calor que éstas irradian queman los tejidos de crecimiento del árbol y sus hojas. Por lo tanto, es conveniente encender las lámparas sólo durante unas pocas horas para no llegar a lastimarlo.





 


LOS ORIGENES Y EL DEVENIR
DEL ARBOL DE NAVIDAD

Entre el 8 de diciembre y el 6 de enero el arbolito de Navidad encuentra un lugar privilegiado en el seno de no pocos hogares argentinos, reviviendo así una antigua tradición germana que con el paso de los siglos fue sufriendo modificaciones.

Desde hace unos doscientos años, cada 8 de diciembre, en numerosos hogares argentinos se cumple con el rito de armar el árbol de Navidad, costumbre que también puede advertirse en plazas y otros paseos públicos a lo ancho y a lo largo del país.
El porqué de esta fecha parece haberse perdido en el tiempo y si bien hay quienes lo ligan con la celebración del día de la Virgen, en realidad dicha celebración mariana no tiene nada que ver con esta tradición.
En cuanto al origen mundial de Arbol de Navidad, ahora laicizado y ligado al consumismo de origen estadounidense, los investigadores sostienen que se remonta a la costumbre de las tribus germánicas de vestir con piedras pintadas y manzanas los árboles que perdían sus hojas en invierno.
También hay quienes lo asocian con la Alemania de la primera mitad del siglo VIII, cuando un día de Navidad el misionero británico San Bonifacio, intentó convencer a los druidas o hechiceros de que el roble, al cual veneraban, no era sagrado ni inviolable.
El llamado "Apóstol de los alemanes" derribó uno y el árbol, al caer, fue destrozando todos los arbustos que se hallaban en las inmediaciones excepto un pequeño abeto. San Bonifacio, cuenta la leyenda, interpretó la supervivencia del arbolito como un milagro y lo llamó el árbol del Niño Dios.
A partir de allí los cristianos celebraron las Navidades plantando abetos y en el siglo XVI en Alemania los comenzaron a decorar masivamente para festejar el nacimiento de Jesucristo.
Otra teoría relaciona esta práctica con Martín Lutero, quien regresando a Wittenberg una silenciosa y fría noche de Vigilia, quiso recrear -adornando con pequeñas velas un abeto doméstico- la impresión fabulosa que tuvo al observar los árboles helados del bosque mientras resplandecían bajo la luz de las estrellas.
Sobre esta hipótesis hay quienes aseguran que fue un intento de la Iglesia alemana reformada por conservar una costumbre pagana, viva en el pueblo, atribuyéndole un carácter cristiano.
Lo cierto es que en los siglos posteriores, a partir de este origen alemán, la usanza pasó a los países escandinavos, luego a Inglaterra y de allí a los Estados Unidos.
Durante la evangelización de América los españoles impusieron la costumbre de los pesebres y recién en 1807, de la mano de un irlandés que pretendía recordar a Dublín, fue decorado un pino en una plaza porteña, dando origen a la tradición del arbolito navideño en la Argentina.
La estrella de la punta del árbol se coloca en referencia a la de Belén, que guió a los Reyes Magos hacia el Niño Jesús. Esta estrella, que aparece cada 974 años, fue vista por última vez en 1942 y no reaparecerá hasta 2916.