JULIO  2004   PORTADA    

Monarquía absoluta y
constitucional

Existen dos tipos de monarquía: la absoluta y la constitucional. La primera es el sistema de gobierno en el cual los poderes del Estado (Legislativo, Judicial y Ejecutivo) se encuentran en manos de una sola autoridad, la cual casi siempre está corporizada en un único individuo.
Si bien prácticamente no existe en la actualidad, el absolutismo se sigue dando en los gobiernos dictatoriales, tiránicos o autoritarios, donde no tienen validez los preceptos constitucionales y no se permite la oposición.
En cambio, la monarquía constitucional constituye un sistema de gobierno democrático, como el de las repúblicas de forma presidencial; es decir, iguales en el fondo pero diferentes en la forma.
Los ingleses fueron los primeros en establecer que los gobernantes deberían actuar tomando en cuenta la voluntad y los deseos del pueblo, obligados a respetar ciertos documentos jurídicos.
Hoy existen, además de Inglaterra, otros Estados con gobierno monárquico democrático: por ejemplo Di- namarca, Holanda, Noruega, España, Japón y Bélgica.
En esta fórmula el soberano, rey o reina, es el jefe de Estado y constituye una figura representativa de conciliación y concertación a nivel nacional, asumiendo su representatividad formal a escala internacional.
Dado que el poder real está en manos del Ejecutivo, ejercido por un primer ministro, éste se elige en el seno del Parlamento por mayoría de diferentes grados (relativa, simple o absoluta) con la participación de todas las fuerzas políticas que tienen representación parlamentaria, obtenida a través del sufragio general.



 


LAS IDEAS DE BELGRANO
SOBRE LA INDEPENDENCIA

Un contexto internacional adverso a las ideas republicanas e independentistas, junto con la anarquía que asolaba al ex Virreinato del Río de La Plata, impulsaron al creador de la Bandera a propiciar la instauración de un príncipe inca al frente de una monarquía atemperada.

Ideólogo destacado y uno de los artífices principales de la Revolución de Mayo, el general Manuel Belgrano también iba a ser protagonista del Congreso que proclamó la independencia nacional.
Por entonces, la Europa de 1816 no era la misma que la de 1810. Napoleón ya había sido derrotado en Waterloo y uno a uno habían ido retornando a sus tronos los reyes del Viejo Continente.
Si bien no todo podía volver a ser exactamente como antes de la Revolución Francesa y la mayoría de los monarcas debieron someterse al funcionamiento de Parlamentos que limitaban su poder, eran años regidos por la Restauración Monárquica y no aptos para independentistas o republicanos.
Ante semejante contexto desfavorable en el plano internacional, gran parte de los congresales de Tucumán coincidían en la necesidad de establecer una monarquía constitucional, sobre todo para lograr el visto bueno de Europa, por cuanto en el mundo sólo quedaba en pie una república: los Estados Unidos de Norteamérica.

Sesión secreta

En la sesión secreta del 6 de Julio de 1816, Belgrano, que acababa de llegar de Europa tras su fallida misión en busca de apoyo diplomático, propuso ante los congresales que en vez de buscar un príncipe europeo o volver a estar bajo la autoridad española, se estableciera una monarquía moderada, encabezada por un príncipe inca.
"Las naciones de Europa tratan ahora de monarquizarlo todo. Considero que la forma más conveniente a estas provincias es una monarquía, es la única forma de que las naciones europeas acepten nuestra independencia. Y se haría justicia si llamáramos a ocupar el trono a un representante de los incas, sostuvo".
Belgrano recibió el apoyo de San Martín y de Güemes, entusiasmando también a los diputados altoperuanos que propusieron un reino con capital en Cuzco. De esta manera se daba por descontada la adhesión de los indígenas a la causa revolucionaria.
Para el historiador Felipe Pigna resulta curiosa la forma en que calificaron muchos de sus colegas la propuesta belgraniana, tildándola de exótica, aunque no utilizaron el mismo término para los zares, el principe de Luca o los integrantes de la realeza europea que otros intentaron coronar aquí.
En su opinión, "para muchos escribas vernáculos siempre será más exótico un inca, un criollo, un gaucho o un cabecita negra que cualquier parásito de las monarquías trasatlánticas".
Volviendo al año 1816, la coronación de un inca era inadmisible y ridícula para los porteños. Un diputado por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, dijo que no aceptaría a un "monarca de la casta de los chocolates, cuya persona deberíamos sa-carla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería" y propuso una federación de provincias. Tiempo después diría que, al reconvenir en privado a Belgrano por su ocurrencia, éste le habría dicho que la idea apuntaba a esparcir el proyecto por el Perú, incitando a los indios a combatir a los españoles y, de esta manera, lograr el tiempo necesario para reconstruir el Ejército del Norte.
De todas formas, existen varias cartas rubricadas por Belgrano donde éste reafirma plenamente sus convicciones en torno a una monarquía incaica: "Digan lo que quieran los detractores, nada, y nadie será capaz de hacerme variar de opinión: creo que es nacional, es justa, y ni el cadalso, ni las llamas me arredrarían de publicarla".
En otro de sus escritos volvió a defender la idea de restablecer la monarquía de los antiguos Incas, "destronados con la más horrenda injusticia por los mismos españoles. Yo soy testigo de algunas sesiones sobre ello, y espero tener la gloria de contribuir, por mi parte, a tan sagrado designio".
Si bien la prensa de Buenos Aires se mofaba del proyecto, diciendo que al futuro monarca habría que buscarlo en alguna pulpería, los partidarios de esta idea, según sostiene José María Rosa, habían pensado en un octogenario hermano de Tupac Amaru, preso en Cádiz, o en otros de sus familiares que estaban confinados en Tinta (Alto Perú).

El fracaso

Una vez declarada la independencia, el 9 de Julio, el Congreso pasó a tratar la forma de gobierno. Fray Justo Santa María de Oro señaló que "era preciso consultar previamente a los pueblos" y que, en caso de proceder sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional, "a que veía inclinados los votos de los representantes", se le permitiese retirarse del encuentro.
La firmeza del padre Oro, quien gozaba de gran autoridad, terminó conjurando la propuesta de Belgrano, hasta que finalmente terminaron triunfando quienes propiciaban el sistema republicano.
Al igual que el creador de la Bandera, muchos hombres eminentes de la época sustentaron la posibilidad de establecer una monarquía atemperada, lo que no afecta la pureza de su patriotismo ni su espíritu democrático.
Es necesario recordar que todos ellos habían nacido bajo un régimen monárquico, algunos se habían educado en la España monárquica y muchos que habían abrazado con fervor las ideas republicanas a comienzos de la revolución, se habían decepcionado del sistema a causa del desorden y la anarquía imperantes.
El historiador José Ignacio García Hamilton aclara que durante décadas la educación patriótica ocultaba o pasaba por alto estos proyectos, porque los interpretaba como un extravío monárquico de nuestros próceres, a quienes se describía como republicanos impolutos.
"Sin embargo, eran alternativas lógicas, que pretendían preservar los derechos civiles, los principios de igualdad, aunque fuera bajo un sistema de gobierno monárquico", agrega.