SETIEMBRE 2000 NUESTRA HISTORIA









AQUEL BAHIA
BLANCA DE 1920

Las siguientes líneas intentan ofrecer una imagen retrospectiva de la ciudad en la que un grupo de visionarios comandado por Juan Apella y Víctor Roque Maronna decidiera fundar la Cooperativa Obrera.

Comenzaba Bahía Blanca en 1920 a adquirir paulatinamente visos de una ciudad pujante y ambiciosa, llamada a ser no sólo un nexo estratégico entre la Capital Federal y los indómitos parajes patagónicos, sino también entre las fuerzas productivas del país y los mercados europeos.

Como en todas partes del planeta, sus casi 90 mil habitantes aún padecían las consecuencias económicas negativas que produjo la Primera Guerra Mundial (1914-1918), a las que también se sumaron otras autóctonas, como la crisis ganadera y lanar de la región.

Sin embargo, la ciudad se encaminaba hacia su centenario luciendo una imagen remozada, distante de aquella pequeña aldea de ranchos de adobe fundada en 1828. La prosperidad que gozó durante los inicios del siglo pasado le permitieron vencer definitivamente la horizontalidad para ir sumando servicios públicos e incorporando magníficos edificios que enriquecieron notablemente su patrimonio arquitectónico.

A las mansiones particulares de quienes supieron amasar grandes fortunas se sumó también el aporte oficial mediante los bancos Nación, Provincia e Hipotecario, el Palacio de Tribunales y la Escuela 2, todo ello en medio de pujantes arterias surcadas por tranvías e inmigrantes de todas las nacionalidades.

También la actividad cultural había logrado notable efervescencia concitando la visita de destacadas personalidades como los poetas Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones, el concertista de guitarra Andrés Segovia, el Cuarteto de Londres y Luiggi Pirandello, entre otros.

En el plano político, mientras Hipólito Irigoyen cumplía cuatro años en el poder, en Bahía Blanca era intendente el doctor José Espeche.

Actividad industrial

En cuanto a la industria, sólo unos pocos establecimientos fabriles salpicaban la chata geografía urbana, especialmente vinculados al sector alimenticio: el frigorífico CAP Cuatreros, en General Daniel Cerri, los molinos América, Galván y La Sirena, las fábricas de manteca y derivados lácteos La Scandia y la Cooperativa de Tamberos Bahía Blanca, por ejemplo.

Otros establecimientos que signaron los primeros años de la Bahía Blanca industrial partieron del ámbito metalúrgico, aunque sólo apuntaron a responder a las necesidades regionales creadas por un sector agropecuario en plena expansión y a las restricciones que supo imponer la primera gran conflagración mundial a las importaciones.

En 1920, en avenida Alem 650, comenzaba su producción la Compañía Fosforera Costa Sud, propiedad del señor César Ameghino, fabricante de fósforos “Bahía Blanca “ y “La Morocha”.

Entre el conjunto de pequeños talleres que dominó el panorama durante las primeras décadas del siglo se destacaron el de Primo Marchesi y Hnos. dedicado a la fabricación de maquinarias, repuestos e implementos agrícolas.

Recién en la segunda mitad de esa década se incorporarían las refinerías de petróleo de La Isaura y Esso, entonces conocida como Compañía Nacional de Petróleos S.A., acentuando el desarrollo local.

Pero junto a esta historia de los sucesos directrices que aún hoy testimonian toneladas de mármol, ladrillos y acero, existe otra, no menos importante, protagonizada por miles de hombres y mujeres,

El hombre común

Es la historia de todos los días, la del tranvía, la de las prósperas quintas suburbanas o la de las kermeses.

Podría decirse sin temor a equivocarnos que en 1920 todo buen vecino empezaba la jornada con la lectura de alguno de los tantos periódicos que por entonces se editaban en la ciudad, por caso "La Nueva Provincia" o "El Siglo" o los flamantes “El Atlántico”, “La Palabra” y “El Orden”.

Allí el bahiense común se enteraba del movimiento de la ciudad, de quiénes decidían ausentarse o volvían, todo esto en medio de un clima de estrecho contacto social, donde hasta los cronistas de espectáculos hacían más hincapié en la identidad de los asistentes que en el comentario central de la obra.

Sin embargo, como elemento curioso, los hombres no buscaban en las páginas del periódico las noticias deportivas. El futbol, a diferencia de nuestro presente, por entonces sólo se resumía a unas pocas líneas y estaba subordinado, casi siempre, a deportes más difundidos como el tenis o el ciclismo.

La década que se inicia en 1920 planteó varios cambios y rupturas y todos ellos, de una manera u otra, estuvieron íntimamente conectados con la mujer, sobre todo en lo que hace a la necesidad de dejar atrás una sociedad patriarcal y machista.

Aunque sólo fueron signos aparentes de una rebeldía profunda que cobraría frutos más tarde, el cigarrillo y una cierta tendencia a usar polleras más cortas constituyeron elementos indiscutidos del cambio, muchas veces como producto de la influencia norteamericana.

Luego vendrían las medias de seda color carne, los escotes y los brazos al desnudo, en medio un clima social caracterizado por el jazz, el tango, el auge del automóvil y las crisis laborales, pero también por el germen de una nueva era, quizás la misma que intuyera aquel grupo de visionarios que convocaron a la asamblea fundacional de la Cooperativa Obrera limitada, Panadera, Molinera y Anexos, en pos de un proyecto de elevación y defensa del consumidor.