"Cuando los padres se habitúan a dejar hacer a los niños, cuando los maestros tiemblan frente a sus alumnos y prefieren halagarlos, cuando los jóvenes
desprecian la ley porque no reconocen nada más allá de ellos mismos, entonces es el comienzo de la tiranía".
Platón, filósofo griego.
"Quien pretende educar se convierte en cierto modo en responsable del mundo ante el
neófito, si le repugna esta responsabilidad, más vale que no estorbe. Hacerse responsable del mundo no es aprobarlo tal como es, sino asumirlo conscientemente porque es y porque sólo a partir de lo que es puede ser enmendado",
Fernando Savater, filósofo español.
"Se está perdiendo el arte de educar, que debería ser ejercido esencialmente por la familia con el apoyo de la escuela, y que consiste en transmitir los valores recibidos. Para hacerlo, ¿debemos partir de la libertad o de la obligación? Posiblemente de ambas. Suprimir las obligaciones no implica la aparición de la libertad, sino que nos hace ingresar en el reino de la barbarie, la tontería, el egoísmo y la violencia",
Guillermo Jaim Etcheverry, rector de la Universidad de Buenos
Aires.
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ENSEÑAR EN MEDIO
DE LA CRISIS
Este 11 de Setiembre, fecha en que se celebra el Día Nacional del Maestro, constituye una oportunidad propicia para revalorizar el rol docente y meditar sobre las posibilidades y problemas que debe afrontar en medio de la crisis.
Sólo los maestros saben de la responsabilidad que implica tener en sus manos el futuro de millones de argentinos que año tras año pasan por las escuelas de todo el país, al mismo tiempo que no son pocos los que experimentan en carne propia las desmedidas expectativas creadas sobre su labor.
En ese marco, muchos se preguntan qué pueden hacer por sus alumnos en las escasas horas que permanecen frente al curso o cómo pueden ayudarlos a desarrollarse si los contextos familiares y los medios de comunicación a menudo ofrecen mensajes a contrapelo de la cultura que intenta estimular el sistema educativo.
Si bien no constituye un apostolado, ser maestro implica una tarea donde no da igual hacer las cosas de un modo u otro, donde no puede dejarse para mañana lo que es necesario hacer hoy o donde a veces resulta imprescindible paliar, con recursos propios, las necesidades básicas de una niñez carenciada.
Los docentes, pese a la coyuntura, saben que su accionar dejará huellas indelebles en cada alumno, que abrirá caminos y cerrará otros. ¿Quién no tuvo acaso una maestra o un profesor que no haya incidido en las búsquedas o en las decisiones que la vida luego demandó?
Los tiempos que corren le exigen al docente un rol transformador, es decir, que posea una gran diversidad de competencias, que sea capaz de realizar reflexiones críticas y aportes significativos frente a los múltiples problemas y que esté profundamente comprometido con la realidad de su tiempo, sus alumnos, su escuela y su comunidad.
Pero, por otro lado, los verdaderos pedagogos resultan ser la televisión, la publicidad, la música, el cine, el deporte.
Si, como menciona Guillermo Jaim Etcheverry en su libro "La Tragedia Educativa", la sociedad deshace prolijamente lo que pretende que la escuela construya, no puede esperarse que la educación represente una gran diferencia.
Ahora los adultos se muestran escandalizados al advertir que el 70% de los niños y jóvenes no comprenden lo que leen, pero ellos comprenden muy bien lo que leen en la sociedad.
"Hay que preguntarse si nuestros chicos son tontos o, por el contrario, inteligentes, cuando ignoran lo que predicamos e imitan lo que practicamos", sostiene Etcheverry.
A su entender, los más inteligentes son los primeros en aprender que resulta mucho más importante seguir lo que la sociedad les enseña implícitamente con sus acciones y a través de sus estructuras de recompensa, que lo que predica la escuela en lecciones y discursos sobre el recto comportamiento.
Al respecto, considera que una sociedad que honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la superficialidad, desprecia el intelecto y adora el poder adquisitivo, no puede pretender luego convencer a los jóvenes sobre la supremacía del intelecto y las bondades del espíritu.
Libertad y autoridad
Intimanente ligado con esta cuestión se encuentra el dilema entre libertad y autoridad, un conflicto que tras varios gobiernos militares y luego de la recuperación de la democracia, en 1983, aún no ha sido resuelto y por ende se traslada a las aulas.
Habitualmente, inclinados a superar esa tradición autoritaria, nos deslizamos hacia formas libertinas de comportamiento y solemos descubrir autoritarismo donde sólo hubo ejercicio legítimo de la autoridad.
La libertad sin límite es tan negativa como la libertad asfixiada o castrada y el gran problema al que se enfrenta el educador es cómo trabajar para hacer posible que la necesidad del límite sea asumida éticamente por la libertad, estimulando la curiosidad crítica de los educandos y el gusto por la aventura, entre otras virtudes.
Sabido es que ahora la preservación del orden y la legitimación de la autoridad del docente se ha transformado en un objetivo cada vez más difícil de lograr ante el creciente clima de indisciplina.
Esta problemática, si bien no es exclusiva de nuestro medio, ha comenzado a afectar a las escuelas de una manera inquietante. Tanto en establecimientos públicos como privados, alumnos y docentes se ven envueltos en incidentes que culminan en agresiones verbales y en lesiones físicas.
Tan sólo basta recordar el caso registrado en Olavarría, donde un alumno asesinó a puñaladas a una profesora porque lo había reprobado o el de un alumno de 16 años que en Misiones golpeó al docente de Ciencias Sociales en represalia por todo lo que le exigió durante el ciclo lectivo.
También aparecen con mayor asiduidad la tensión, el insulto y el desborde, todas circunstancias ante las cuales los docentes suelen perder el control de la situación en el aula. Fruto de esto, son cada vez más los directores y maestros que confiesan temer a sus alumnos, lo cual los suele inhibir e impedir restablecer la situación de convivencia.
De esta forma se configura un cuadro en extremo delicado, que puede llevar a derivar en mayores episodios de violencia escolar.
Para revertirlo es necesario que se evalúe la situación disciplinaria y que se capacite a los docentes en el manejo de conflictos a fin de prevenir desbordes y actos de violencia.
También es necesario que los maestros y los profesores tengan herramientas para reaccionar correctamente ante provocaciones o reacciones irracionales.
Normas claras y compartidas
Una cuestión crucial, en medio de este panorama, está dada por la legitimación de la autoridad del docente, la cual debe tener fundamentos racionales y bases normativas claras y compartidas.
Para el profesor Federico Martín Maglio, los actos de indisciplina aumentan porque la escuela es una institución social y lo que sucede en la sociedad se refleja en la conducta aprendida por los chicos.
Al ser consultado sobre las causas de este nuevo escenario, Maglio expresa que es consecuencia de un proceso que se fue profundizando por la crisis socio-económica y cultural desde la década de 1980 en que comenzó a confundirse democracia con "hago lo que se me da la gana".
A su entender, hay ausencia de modelos dignos de ser tomados como ejemplo y los roles entre autoridades, docentes y alumnos no están definidos como corresponde.
Ahora todo es negociable, todo se puede permutar y tolerar. Resulta que hasta un narcotraficante o un corrupto puede llegar a ser un 'genio' y digno de imitar. Los chicos reciben horas y horas de pautas de conducta que son agresivas por los medios de comunicación y en un mundo donde la agresión es una constante y en que la familia está cada vez más ausente, se pierden el respeto y los límites.
"Hoy –agregó– no existen reglas ni tampoco oportunidades para cumplirlas. Esta situación de desintegración de los lazos sociales es gravísima si pensamos que el que ahora no respeta ni obedece, mañana no respetará ni podrá actuar con ecuanimidad, justicia y responsabilidad".
También considera que "los límites están desdibujados y casi no existen", por cuanto se han relativizado los valores de la sociedad y muy pocas personas los reconocen.
"La política educativa centrada en la contención hizo que se tolere cualquier cosa y los docentes estamos con las manos atadas en cuanto a las directivas y reglamentaciones. Esta transformación adopta estrategias ingenuas y benévolas que han bajado la tolerancia disciplinaria a un piso
inaceptable que, en muchos casos, pone en riesgo la vida misma. Su único objetivo es la contención y por ella se está pagando un precio muy alto", considera.
Por último, Maglio sostiene que desde el gobierno se apunta a "educar para la adaptación" en lugar de "educar para la transformación", lo cual resulta especialmente grave en una sociedad en la que reina la desesperanza y el escepticismo.
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