DICIEMBRE 2004   PORTADA    


La ilusión
de vivir


El hombre está hecho de fechas y de acontecimientos. A través de ellos recordamos nuestro nacimiento y los sucesivos cumpleaños, las mudanzas, los aniversarios, las enfermedades y las muertes.
Es como si la vida formase una serie de eslabones de una cadena que le terminan dando sentido, y así llegamos a las fiestas de fin de Diciembre, cada uno con su sentir religioso, pero casi todos con la necesidad interna de hacer un balance del año que se va.
Y esto no es fácil, pero tampoco necesario. Nos queremos aferrar a un orden: “Esto lo hice, esto no lo hice”, y en realidad nos aferramos a un orden porque nos aterra lo espontáneo de las emociones.
Un convenio aceptado desde siglos establece que determinado día cambiemos de año. ¿Y a qué nos invita esto? Tal vez a saber que no somos infinitos, ni exactos, ni perfectos, generándonos un conflicto interno que de inmediato intentamos resolver.
Sin embargo, debemos tener en claro que no es necesario hacerlo la última semana del año y que el destino de esos días podría ser encontrar la comunicación con los seres cercanos, con los que se alejaron y con los que hubiesen podido estar cerca pero no resultó posible, es decir, encontrar el permiso para el placer, la palabra, el abrazo y el encuentro.
La incompletud, forma parte de nuestro ser, de nuestro vivir. Encontrar el placer con lo posible es poder cambiar la última hoja del almanaque con ilusión y esperanza.

Por Lic. Marta Craichik

 


EL ESPÍRITU
DE LA NAVIDAD

Si bien las fiestas de fin de año pueden hacernos caer en un bajón anímico, también constituyen una buena oportunidad para cargarnos de optimismo, entregar cariño a nuestros semejantes e intentar ser felices, aunque más no sea por un momento.

Contrariamente a lo que podría suponerse, para muchas personas la Navidad no es sinónimo de alegría, sino más bien todo lo contrario.
Están los propensos a la depresión que suelen sufrir recaídas, pero también muchos emocionalmente sanos a quienes puede invadirlos la tristeza.
Las ausencias –seres queridos que fallecieron o están lejos– constituyen uno de los principales motivos de este malestar espiritual, a lo que debe sumarse la falta de dinero para no poder cumplir con el ritual consumista de demostrar cariño a través de regalos.
Otra causa del malestar navideño es el estrés, fruto de un año cargado de exigencias. En estos casos, la persona se encuentra agotada, con el ánimo apagado, y al sentirse obligada a mostrarse feliz termina empeorando porque en el fondo se siente hipócrita consigo mismo al ceder a los deseos de los demás y tener que sonreír forzadamente.
Ante este panorama una buena opción es revisarse interiormente, pensar seriamente en lo que se desea para estas fiestas y a quiénes están dirigidos esos deseos, para luego priorizar y no dejarse invadir, poniendo límites y evitando sentirse exigido. De lo contrario, todo se hará a disgusto.
Luego de este primer análisis y de organizar a conciencia el tiempo para la compra de regalos o las delicias gastronómicas, si se puede, debe intentarse estar bien con los demás y encarar las fiestas con optimismo y renovadas esperanzas.
¿Acaso es más importante cumplir con toda la lista de regalos para los niños o armar un clima especial?
Tenga presente que los chicos recuerdan mucho más los ambientes creados en torno a estas fiestas que los regalos. Tanto los rituales navideños, la comida preparada en casa, como los olores y colores dejarán indudablemente más huellas que la lista de obsequios.
Por otro lado, el fin de año trae aparejado el cierre de una etapa y el comienzo de otra. Son días de evaluaciones y de reflexión personal, pero para ello uno debe munirse de realismo, es decir, mirarse como individuo y pensar en el sentido que le ha dado a su vida durante estos doce meses, es decir, cómo está, como enfrentó las dificultades y qué logró hacer.

La necesidad de afecto

Los seres humanos necesitamos ocasiones para celebrar, y lo que buscamos detrás de ellas es reconocimiento y afecto.
Entonces, si alguien está ahí con nada, no quiere compartir, no siente el impulso de entregar cariño, a lo mejor quiere decir que durante todo el año no estableció vínculos con nadie. También puede ser que haya estado todo el año sin recibir ni dar cariño, lo que no es bueno. Por eso, las fiestas serían un buen momento para el análisis de esta situación.
La clave, según sostienen no pocos especialistas, está en brindarse un momento para ser feliz, pero también para decirles a quienes nos rodean, no sólo con palabras sino también con hechos, cuánto los queremos. De esta forma habremos honrado el espíritu de la Navidad.