 Cuando el tañido de las campanas anuncie el inicio de un nuevo ciclo lectivo, las aulas, hoy vacías, comenzarán a poblarse de voces y risas infantiles. Mientras tanto, miles de docentes volverán a emprender el desafío de enseñar en medio de la crisis.
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LA ESCUELA EN TIEMPOS
DE CRISIS
De cara al inicio del ciclo lectivo 2003, la crisis socioeconómica vuelve a poner a las escuelas frente a un escenario adverso, tornando necesario que docentes, alumnos y padres desplieguen esfuerzos adicionales para lograr un marco adecuado que posibilite el aprendizaje y brinde contención social.
Si bien la escuela no lo puede todo y es incapaz de revertir el deterioro que en muchos aspectos padece el país, también es cierto que la crisis no puede superarse sin educación.
Quizás por ser la cara más visible del Estado, las aulas habitualmente se convierten en una caja de resonancia donde se plantean demandas y se vierten expectativas sociales, despertando en los docentes comprometidos con su tarea sensaciones de sobreexigencia, impotencia y desazón.
Por lo tanto, es conveniente que la escuela no niegue la crisis pero tampoco hable sólo de ella, evitando tanto las imágenes apocalípticas como los optimismos ingenuos.
Algunos especialistas, como el licenciado Isabelino Siede, sostienen que los docentes no deben tratar de aparecer inmunes, dejando sus problemas fuera del aula para garantizar en ella una asepsia suficiente, ni victimizarse públicamente describiendo problemas personales o visiones particulares.
En tal sentido, coinciden en que el maestro debe intentar desempeñar el rol de coordinador adulto de un intercambio donde todos los participantes puedan desempeñarse.
Tal como viene sucediendo desde hace ya largos años, al desdibujarse las funciones del Estado, que incurre en graves incumplimientos, es necesario clarificar y fortalecer el contrato de las familias y los estudiantes con la escuela, planteando con claridad qué pueden esperar de la institución y qué espera ésta de ellos.
Probablemente sea necesario ajustar las modalidades de funcionamiento para acompañar a cada uno de los que integran la comunidad educativa, buscando sostener la continuidad de las tareas de enseñanza y los contenidos previstos para el curso.
Reglas claras
Ante el decaimiento de las normas sociales que contribuyen al descreimiento, la decepción y la bronca, resulta imprescindible sostener y profundizar un sistema claro de reglas que garanticen un encuadre
adecuado para la tarea y la convivencia.
Es claro que la existencia de preceptos justos no evita ni reduce la existencia de conflictos, las escenas de violencia física o las transgresiones, pero sirve para regular modos de resolución de conflictos y prevée mecanismos de reparación de los vínculos una vez que éstos fueron debilitados con actitudes impropias.
También es bueno generar formas colaborativas capaces de garantizar a los chicos lo necesario para aprender y estudiar, atendiendo de manera solidaria (por ejemplo, préstamos y trueque de libros) las dificultades materiales que padecen no pocas familias.
Una brisa de optimismo
Pero no todo está perdido en este escenario adverso. Durante su reciente visita al país, Stephen Ball, una de las máximas autoridades mundiales en educación, señaló que la crisis genera en las aulas una oportunidad única para el aprendizaje.
"En este contexto, toda buena escuela es aquella que busca educar a los chicos acerca de la crisis, sus causas, consecuencias y los posibles escenarios futuros para las familias. Por eso, un establecimiento que tiene la porosidad necesaria para mantener una relación interactiva con la sociedad convertirá esta situación en clave para la enseñanza", aseguró.
A su entender, la escuela no debe quedarse en la mera transmisión de información académica, sino permitirle al estudiante desarrollar sus talentos individuales al máximo, con una variedad de herramientras técnicas y morales factibles de ser empleadas en el mundo real.
"Debe abordar la crisis desde las distintas disciplinas, de manera que los chicos puedan comprender qué es lo que está pasando en sus casas, en sus familias y en su país, para que cuando lleguen al hogar tengan la posibilidad de participar de manera inteligente en los problemas que sus padres enfrentan", explicó el especialista.
Luego dijo que esta manera de ver las cosas no depende de la decisión individual de cada maestro, sino de que los docentes, junto a directivos y padres, planeen la forma en que serán abordados los problemas.
Ball opinó que no sólo los padres deben ser más responsables hacia la escuela, por cuanto el establecimiento educativo debe serlo con lo que ocurre fuera de las aulas.
"En las familias de clase media donde uno o dos de los padres pierden el empleo las estadísticas muestran cómo sube el índice de depresión, e incluso de suicidios. La escuela tiene que estar alerta a las consecuencias sobre los chicos y estar dispuesta a actuar. No puede lavarse las manos", agregó.
Cuando se le preguntó si en este contexto es lógico esperar un aumento de la violencia en las aulas, Ball señaló que, si se siguen al pie de la letra los postulados de la teoría sociológica, esto es factible, pero mencionó que en Gran Bretaña, donde no existen tantos problemas económicos, también se advierte un aumento importante de este tipo de conflictos.
"A los padres argentinos les diría que deben aceptar que estos no son años fáciles, pero que no entren en pánico. A nadie le gusta que sus chicos sepan que perdió el empleo, que no tiene dinero. Pero con el bombardeo constante de los medios resulta imposible aislarlos. Es importante hablar con ellos, pero sobre todo oírlos, estar atentos a las señales, como el insomnio. Todavía, y aún en los peores momentos, nada superó al diálogo familiar", concluyó.
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