MAYO 2002   HOMENAJE    









EL ADIOS AL
NOBEL BAHIENSE

César Milstein, Premio Nobel, profundo conocedor de los claustros universitarios y referente máximo de la vida científica argentina, murió a los 75 años en Cambridge, Inglaterra, país que eligió para vivir, pero sin renunciar a sus orígenes y afectos bahienses.

Corría el año 1927 cuando Bahía Blanca se encontraba, a las puertas de su centenario, fundando las bases que luego le permitirían abandonar su chata geografía urbana y convertirse en un polo de desarrollo para el sur argentino.
Sin embargo, obviamente sin imaginarlo, la ciudad también se disponía a realizar su máxima contribución a la Humanidad, cuando el 8 de octubre, en el seno de una modesta familia de inmigrantes, llegaba al mundo César Milstein, una de las mentes más brillantes de la Argentina y ganador del premio Nobel de Medicina en 1984.
Al igual que tantos otros chiquilines de esa época, su infancia transcurrió trepado a los árboles, imitando al Tarzán que descubrió escuchando la radio, matizando sus clases en la escuela primaria de calle Terrada con tardes de Toddy, paseos en bicicleta e infaltables travesuras.
Así se fue formando este joven inquieto y huidizo, "capaz de comer menos que un pajarito", que con el paso del tiempo comenzó a descubrir su verdadera pasión por los laboratorios y la ciencia.
"Cuando yo me recibí dije: ¿y ahora qué hago?. Me gustaba la ciencia, pero si quería entrar en ella debía hacerlo bien. Por entonces no conocía a nadie, pero tuve la persistencia de averiguar quiénes eran los mejores. Lo fui a ver a Federico Leloir, un casi desconocido que acababa de concluir los trabajos que más tarde le valieron el Nobel. Me encontré a la entrada de su casa con un señor que portaba unos tubitos en la mano y vestido con un guardapolvo gris. Yo le pregunté ¿dónde puedo encontrar a Leloir? Me miró con ojos de pillo y me contestó: Leloir soy yo. Esa fue para mí una gran lección", recordaría en un reportaje concedido a Familia Cooperativa durante una de sus visitas a Bahía Blanca.
En 1957 se doctora en Química y un año más tarde es becado por el British Council para perfeccionarse en Inglaterra. En 1961 vuelve al país y comienza a trabajar en el Instituto Malbrán, donde alcanzó el cargo de jefe de Biología Molecular.
Con el inicio de 1963 comenzaron los problemas para Milstein. El gobierno, que un año antes había decidido intervenir el Instituto, decidió desmembrar al grupo de investigadores y el científico, antes que aceptar las nuevas condiciones, prefirió regresar al Reino Unido.
Tres décadas después señaló: "Somos campeones mundiales en fuga de cerebros. Y el motivo no es el estrictamente científico: es el grado de inestabilidad, de autoritarismo, de irracionalidad en el que ha vivido Argentina durante tantos años".
"Yo soy optimista -agregó- porque en Argentina, no sé por qué, hay una cantidad de talentos que salen como hongos".
En 1984 gana el Premio Nobel por haber descubierto el método para producir anticuerpos monoclonales, un adelanto tecnológico y médico que cambió rápidamente las aplicaciones de la inmunología.
Durante toda su existencia, y pese al cúmulo pergaminos y galardones, Milstein siguió siendo un hombre humilde, de pocas pero precisas palabras. Siempre, hasta su muerte el pasado 24 de marzo, en Cambridge, mantuvo la virtud de parecer lo que fue.
Hoy no debemos recordarlo como un extranjero, sino como una mente brillante nacida en Bahía Blanca y formada en la Argentina, como un ciudadano que se crió en una antigua casona de calle 11 de Abril y que, desde la distancia, siguió viendo al país como un lugar por el que vale la pena apostar.


Milstein fue un asiduo lector de nuestra revista, la que recibía
por correo en su hogar de Inglaterra.